Aquí estamos un viernes más
Mi semana de escritor comienza los viernes y termina los jueves de la siguiente, que es el día en que publico el capítulo de Idavollr y de lo que haya podido terminar para entonces. Todavía no consigo mejorar mis tiempos, culpa de la realidad y sus imprevistos para conseguir mi ideal. He deseado poder convertir mi semana en un calendario estricto en que dedico uno o días para Idavollr, uno o dos para el segundo fic de la semana de mis otras series, y el resto de la semana para trabajar en mis novelas.Durante un par de semanas lo había conseguido, pero el destino como si se riera en mi cara me arrinconó, sosteniéndome en las cuerdas con lo que considero mi mínimo de un fic semanal.
Odio-a-la-gente.
Es tan difícil lidiar con el público, pues como algunos ya saben escribo cada día durante mis horarios de trabajo, atendiendo un pequeño negocio junto a mi esposa, ya que en casa apenas si alcanza el tiempo para los quehaceres y otros deberes. Esto no es idea mía, podría asegurar que la gente puede oler mi sangre, o quizás mejor decir "la tinta" cuando comienzo a escribir. Me explico: si no hago nada útil, nadie viene y las tardes están tan muertas como los personajes de una película de zombis. Ah, pero vaya uno a tipear la primera letra y ¡zas!, aparece “esa viejita” que demora media hora en elegir algo, metiéndole a uno conversación —me la paso sonriendo con mi cara de vendedor, si supieran lo que se acalambran los músculos, no sé como hace la gente que sonríe todo el día así—, fingiendo prestar atención, medio visco, por tener un ojo en la pantalla de Word con un párrafo apenas iniciado y tratando de pensar en lo que sigue para no perder el tiempo en vano. Luego, si es que por milagro compra algo, me mete más conversación sobre no sé qué cosas, pues nunca realmente escucho, intentando todas las maneras posibles para que se vaya pronto y me deje seguir escribiendo.
Pero cuando al fin se va la viejita llegan los nenes, esos monstruitos que a pesar de estar más crecidos el uso promiscuo del celular les dejó frito el cerebro y no son capaces de articular ni comprender nada, o peor, buscan la atención de un extraño preguntando por cualquier cosa, solo porque sus padres también de cerebros fritos no son capaces de levantar las cejas de sus pantallitas del demonio y recordar que tienen hijos, por lo que para sacárselos de encima me los dejan en mi local, “mirando” juguetes mientras, no sé, supongo se wasapean con el amante de turno a ver si consiguen una tercera o cuarta bendición…
En fin, todo esto para explicar que, a pesar de todo, es un milagro que salga un capítulo de Idavollr a la semana. Pero este ritmo estresa, ya quisiera poder escribir más tiempo para ustedes, mis queridos lectores, en lugar de gastarlo en tener que lidiar con la lesa humanidad.
Lo siento, pero es uno de los problemas de ser introvertido. Repito: odio-a-la-gente.
PD: Ahora a intentar comenzar con el capítulo de la semana y… ¡No, la viejita!